En la boca del lobo by Boileau-Narcejac

En la boca del lobo by Boileau-Narcejac

autor:Boileau-Narcejac [Boileau-Narcejac]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1984-06-15T00:00:00+00:00


6

El día siguiente, a las diez, los dos muchachos llegaban a la cita.

—¿Es a mi hermano a quien venís a ver? —dijo el gasolinero—. Está con Félix Barthélemy, el teniente de alcalde. No tenéis más que atravesar la plaza. Le encontraréis en el Café del Paseo.

—Barthélemy —explicó Paul— es el concejal de Bellas Artes. Él es quien se ocupa de las fiestas, de la Sociedad Gimnástica, de los concursos de música… Mi padre le conoce bien. Por lo demás, algo parecido ocurre con Chazal. Aquí todos son, más o menos, clientes del notario, a la fuerza.

—¿Y qué tal es el sujeto ese?

—Tiene unos cuarenta años. Es muy activo, al modo moderno. El primer espectáculo de «stockcars» de la región, fue él quien lo organizó, ya ves. Si Chazal le ha hablado de nosotros, le va a interesar.

El gasolinero y el concejal estaban sentados al fondo del salón. Chazal hizo las presentaciones, fastidiado.

—Tomad algo con nosotros —propuso el concejal—. Sentaos… Eh, Marcel, dos zumos de fruta para estos señores. Bertrand me lo ha contado —prosiguió, bajando la voz—. En mi opinión, habéis soñado, los tres. Observad que no pongo en duda vuestra buena fe. Esos corredores subterráneos que habéis descubierto, sí, eso es algo serio. Serán seguramente algo que se pueda explotar. Todavía no sé cómo. Habrá que pensárselo. ¡Pero el resto! Este pobre Bertrand ni siquiera ha podido hacerme un relato que se tenga en pie. Que si el uno ha oído; que si el otro ha visto. ¿El qué? ¡Ah, misterio! Una cosa… O quizás varias… Una fiera, tal vez algo peor… Y ni la menor prueba. Sí, ya sé, está vuestra palabra. Tratad de poneros en mi lugar. Para empezar, no tengo con qué redactar un informe, puesto que vuestros testimonios se contradicen. Sí, sí, se contradicen. Dientes, cuernos, pelos. Ojos brillantes. Un grito… Cada uno de vosotros, en suma, tiene su pequeña historia que contar, y ninguna es enteramente como la de su vecino. Bueno, admitamos que yo escribo un pequeño informe. ¿A quién se lo doy a leer? ¿Al alcalde? ¿Al capitán de la gendarmería? ¿Al comisario Marjolin? ¿Al redactor jefe del periódico?… Hijos míos, se me reirían en las narices. Vamos a ver, usted, señor Loubeyre, imagínese que yo me dirijo a un hombre como su padre, ¿eh?… Me mandaría a paseo. Y no se equivocaría. Y vayamos más lejos, ya que estamos en ello. Supongamos que se divulga la historia. ¿Queréis decirme qué imagen daríamos?… Yo tengo que velar por la función pública que desempeño. Bertrand tiene una clientela que ha de conservar. No somos ningunos chiquillos. Si andamos en lenguas de todo el pueblo, bien parados vamos a salir. A vuestra salud.

Chocó el vaso con los de los chicos. Chazal movía la cabeza pensativamente.

—Él tiene razón —dijo—. Y vuestro padre me echaría en cara haberos arrastrado a esta aventura. ¡Y yo que le debo ya dinero!

—Lo que más me fastidia —dijo François con un suspiro— es que no lo hemos soñado.

—¡Vamos! —concluyó el teniente de alcalde—.



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